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Veíamos el martes en la portada de nuestro diario El Economista que la moneda mexicana es una de las dos divisas más castigadas del mundo emergente.

La más vapuleada durante los primeros cinco meses del año ha sido el peso argentino y muy pegadito está el peso mexicano.

Pero hay una diferencia esencial. Argentina es una economía en pleno proceso de recomposición, después de vivir una época de las peores decisiones financieras, que ahora regresa a los mercados mundiales pagando la factura de una devaluación para que su moneda tenga un valor internacional.

Y México es un país que enfrenta la bipolaridad de creerse un ejemplo financiero para el mundo emergente, pero que realmente tiene una percepción que se deteriora por el manejo fiscal que lleva a cabo tras la crisis energética que enfrenta.

Uno de los colmos de tener una moneda más devaluada que el resto de las economías emergentes es que las exportaciones, lejos de crecer, han disminuido con todo y esa ventaja cambiaria.

Hay hechos globales que afectan a todos los mercados. Por ejemplo, durante la temporada de abundancia de dólares que patrocinó la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed), los capitales sedientos de buenos rendimientos obviaron muchos datos negativos de las economías receptoras.

Pero cuando el más influyente de los bancos centrales del mundo deja ver la posibilidad de un futuro aumento de las tasas de interés, los capitales se vuelven más quisquillosos y ahí sí cuentan las percepciones sobre la solidez de los mercados donde invierten.

Es un hecho que si la decisión de la Fed es subir la tasa de interés en la reunión del 14 y 15 de junio próximos, el Banco de México y otros tantos bancos centrales más habrán de reaccionar con aumentos en las tasas locales. No hacerlo sería temerario.

El Banco de México, que tiene por mandato principal cuidar el poder de compra de la moneda, no tiene por ahora alguna razón que lo apresure a subir las tasas. La inflación subyacente, que elimina el sospechosismo del uso de las tarifas eléctricas para controlar los precios, se mantiene por debajo de 3 por ciento.

La salida fácil sería empezar desde ahora con un aumento de las tasas de interés para que los capitales de portafolios se hagan de la vista gorda de los desequilibrios macroeconómicos que se perciben.

Cuando las imperfecciones fiscales se pretenden cubrir con el maquillaje del premio monetario, hay que usar cada día más capas de dinero para satisfacer a los inversionistas que bien que se dan cuenta de que pueden sacar un beneficio del intento de esconder lo evidente.

La Comisión de Cambios tiene las reservas internacionales suficientes y la discrecionalidad necesaria para meter grandes cantidades de recursos para apuntalar al peso.

Tienen que ser intervenciones precisas, derivadas de una presión deliberada y de gran escala en contra de la moneda; de lo contrario, puede ser un barril sin fondo.

El peso es víctima de la especulación y hay evidencias en el aumento de las posiciones cortas en el mercado de futuros de Chicago. Hay una notable salida de capitales, en especial de los Cetes, y hay otros mercados emergentes que hoy recuperan el atractivo que resta recursos a los instrumentos denominados en pesos mexicanos.

Es momento, pues, del uso de la política monetaria y cambiaria con una gran precisión.