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Antes de ayer—martes— el presidente Enrique Peña Nieto dio la bienvenida, en el aeropuerto Benito Juárez de la capital de la República, a 135 mexicanos que fueron repatriados de Estados Unidos. El mandatario recibió a los sorprendidos migrantes que fueron sometidos, durante los días en que pasaron de una cárcel a otra, a encadenamiento de tobillos, de cintura y de muñecas, como si fueran criminales sólo por ser indocumentados.

Durante su saludo, Peña Nieto les expresó: “Yo espero que encuentren aquí en México un espacio de realización. México es tierra de oportunidades”… ¿Tierra de oportunidades? ¿Como cuáles? deben de haberse preguntado los recién llegados que si por algo se fueron fue precisamente porque no encontraron una oportunidad de desarrollarse en un trabajo honrado y bien pagado.

No creo que el presidente reciba personalmente a todos los mexicanos que serán repatriados próximamente, para hacerlo tendría que trasladar su oficina y dormitorio de Los Pinos al aeropuerto.

El comediante Javier Carranza, El Costeño, continuamente es contratado para llevarles un rato de buen humor a nuestros paisanos que todavía viven en el país del norte quienes se identifican con los chistes de Javier, de los cuales brindaré una muestra a los lectores: “Yo una vez, hace algunos años, me vine de mojarra (mojado) a este país. Le dije a mi jefa: Sabe qué jefa, me voy a pasar a Estados Unidos. Me dijo: ay güey, no puedes pasar de primero a segundo de secundaria ya parece que te vas a pasar a otro país. Voy a hacer el intento, jefa. Y me dejé venir ahí por el desierto. Por Mexicali me metí, en el desierto. Yo no sabía que uno se cruza con pollero y con coyote. Me miré al espejo y pensé mi mamá se ha de haber cruzado con un perro. Hay que ser honestos, esta cara y este cuerpo de perro que tengo debe de tener un origen”.

“Y ahí venimos por el desierto y entendí por qué el pollero se llama pollero; porque ese güey va por delante y los demás vamos como pollos detrás de él. De pronto gritó el bato “el mosco, el mosco”. Y yo pensé, unos cuidándonos de la Migra y este cuidándose del mosco. Lo que pasa es que yo no sabía que el mosco es el helicóptero. Y todavía gritó: cúbranse. En el desierto, ¿con qué te cubres? Agarré una gorda que traía a un lado y que me la echo encima. Y así me vine con la gorda arriba, digo… así caminé. Venía un paisa michoacano a un lado y me preguntó: Oiga ¿puede con el peso? Y le digo: güey voy a poder con los dólares, que no pueda con el peso”.

“Luego, nos metieron en una cajuela. Donald Trump debería de agradecer que nosotros hemos venido a enseñarles muchas cosas a los gringos, entre otras, que la cajuela de un carro no es nomás para una llanta de refacción. Les hemos enseñado que ahí cabe una familia completa bien acomodada. Ahí cabe tu familia, tus traumas, tus miedos, tus preocupaciones, tus esperanzas, todo cabe ahí”.

“Y luego que llegamos acá, uno cree que va a llegar a Beverly Hills, que va a llegar a Rodeo Driver, que va a llegar a Hollywood. Pero no. Porque los parientes que uno tiene acá, cuando van pa’allá dicen: “Cuando vayas pa’allá ahí está tu casa”. Y uno viene bien confiado, ¿y cuál? Llegas a vivir a un mugroso garaje”.

“Mira el coyote desgraciado, nos metió en una cajuela a todos con todo y la gordita, parecíamos sardinas, no por lo apretado sino por como olía allá adentro. Yo viví una semana en el garaje porque al méndigo coyote se le olvidó sacarme de la cajuela del carro”.

“Yo queriendo chambear luego luego, le dije a mi tía: tía Adela quiero chambear, mi mamá está esperando los dólares, ¿dónde voy a chambear? Ya tienes trabajo, vete a recoger botes. ¿Qué? ¿Cuándo uno iba a hacer de esos trabajos allá? Pero quieres ganar dinero. Unos andan pegando pisos aquí. Allá no ponían ni un clavo en su casa, pero aquí la necesidad nos hace. Y entonces que me voy a recoger botes ahí detrás de las vinaterías, unos botes grandes que tienen con la basura. Yo me clavé a sacar los botes. Y dónde que llegó la Migra. Que me llega un güero de esos de la migra y me dice: Hey, ¿qué haces? Sacando botes. ¿Traes papeles? No, nomás botes”.

“Yo dije no puedo estar así necesito documentos. Que me voy al Consulado Mexicano que aquí en Los Ángeles, California es el Parque MacArthur, donde uno consigue una green card por 30 dólares. Ya con esa confianza que se siente uno documentado; la siguiente vez que me encontré con la Migra me dijo el bato: Papeles, le digo, tijeras, ya te chingué”.

“Lo que pasa es que cuando uno llega aquí no distingue quién es policía de tránsito, quién es policía de migración. Uno agarra parejo. Un día me metí a un mall y que me llega un uniformado y me dice: ¿Qué onda? Me asusté y le dije: Me metí de ilegal a tu país, perdóname no lo vuelvo a hacer, no me maltrates, yo me regreso solo. Me dice: güey, soy securiti y tampoco tengo papeles”.

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