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Si el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) no tuviera ya este afortunado indicador oportuno del comportamiento del Producto Interno Bruto (PIB) pocos días después de acabado el periodo, la realidad es que habríamos hecho una suposición muy cercana a la realidad tan sólo con conocer los datos previos de la economía de Estados Unidos.

Antes de tener la cifra definitiva del crecimiento del PIB del primer trimestre del año, que se dará a conocer en poco menos de un mes, tenemos tres certezas: Estados Unidos y su comportamiento económico son determinantes para el ritmo económico mexicano, el precio del petróleo tan bajo ha traído consecuencias negativas para este país y el mercado interno conserva su venturoso papel del principal motor de la maquinaria mexicana.

En estos tiempos, el mal menor es ser una economía emergente dependiente de Estados Unidos, cuando hay otras que dependen de China o de Europa. Como sea, la principal economía del mundo mantiene datos positivos de expansión desde que se recuperó de los efectos de la gran recesión.

Sin embargo, los daños estructurales que dejó aquella crisis global han provocado que el mundo desarrollado perdiera músculo para moverse con dinamismo. El gigante estadounidense se mueve pero con una cierta dificultad artrítica que aparenta más el paso de una lenta tortuga, que de un felino ágil y que merezca el mote del rey de la selva económica mundial.

Los lazos de México con Estados Unidos son tan estrechos, que los claroscuros industriales de allá se calcan de manera clara de este lado. La industria no ha tenido las caídas de ese sector estadounidense porque algo ha rescatado el mercado interno.

Pero la baja en las importaciones estadounidenses se nota en la disminución de las exportaciones mexicanas. Eso que es de perogrullo, es la mejor explicación de la simbiosis económica y financiera que gozamos o padecemos.

Durante el pasado trimestre, que el PIB de pronto marcó un crecimiento anualizado de 2.9%, vemos en las actividades secundarias, donde están, entre otros, la extracción de petróleo y las manufacturas, un crecimiento de 2.2%, contra las actividades terciarias, donde está el comercio, que tiene un crecimiento de 3.7 por ciento.

Las actividades primarias, con su tamaño relativamente pequeño y su dependencia del temporal, tienen un nada mal crecimiento anualizado de 3 por ciento.

Todos estos datos son preliminares, sujetos a ser confrontados con la medición definitiva del próximo viernes 20 de mayo, pero no implican ninguna sorpresa de lo que viene: un crecimiento más cercano a 2 que a 3% y una atención total a la suerte de la economía de Estados Unidos. En esta relación tortuosa de mucho amor comercial y algunos arranques de celos financieros, tenemos que esperar también que cuando allá decidan subir otra vez las tasas de interés, quizá en septiembre, tendremos acá alguna reacción de nerviosismo que se note en los mercados bursátil, cambiario y de dinero.

Pero es parte de esta simbiosis, de esta indivisible relación que además ahora enfrenta otros riesgos hasta hoy desconocidos, como los peligros políticos de que allá, primero, pero también de este lado de la frontera, lleguen al poder los populistas iluminados que destruyan lo construido.