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Estados Unidos tiene una razón fundamental para impedir que la presión de los tradicionales países petroleros de desbancar por precio a los productores de shale gas funcione: seguridad nacional.

No hay a estas alturas un solo productor de hidrocarburos que no haya sentido las consecuencias negativas del derrumbe de los precios de estos energéticos.

Desde los países que se volvieron locos cuando vendían los barriles de petróleo a 150 dólares, como Venezuela, hasta las naciones más conservadoras, como Noruega, que crearon fondos de contingencia en los tiempos de las vacas gordas, pero que ahora se agotan ante lo famélico de las vacas petroleras.

La gran recesión se encargó de derrumbar lo mismo los precios del petróleo que las hipotecas y a muchos gigantes con pies de barro que dieron forma a una caída mundial no vista en 100 años.

Han pasado más de siete años desde esos días y la economía del planeta no ha retomado los niveles de entonces, pero tampoco se mantiene tan castigada como para justificar precios tan bajos de los energéticos.

Lo que hay es la añoranza de países tan importantes como Arabia Saudita de retomar las viejas glorias del siglo pasado cuando al interior de la Organización de Países Exportadores de Petróleo definían los equilibrios petroleros del planeta.

La actual guerra de precios fue desatada desde el Golfo Pérsico y no era otra cosa que una habitual maniobra de equilibrio y presión, muy al estilo de lo que habían hecho en los 80, por ejemplo.

El cálculo era sencillo: si producir un barril de shale gas en Estados Unidos está por arriba de los 60 dólares, simplemente había que llevar los precios por debajo de ese nivel. Sobre todo cuando los autores de la estrategia tienen costos de producción de 4 dólares por barril.

Lo que no midieron adecuadamente los productores en guerra era que más allá de ser un asunto de equilibrio comercial entre oferta y demanda, la nueva fortaleza estadounidense en materia petrolera se había convertido en un tema de seguridad nacional.

Ya el siglo pasado los árabes habían puesto de rodillas a los estadounidenses limitando el suministro de petróleo y no les volvería a pasar.

El shale gas no sólo proporciona un energético de alta calidad producido muy cerca de los centros de consumo, sino que también se ha probado una abundancia que garantiza su suministro por décadas.

Este gas es compatible con los planes ambientalistas recién firmados en París y permite dotar de combustibles a las plantas generadoras de electricidad que podrán llenar las pilas de los autos eléctricos o directamente de un gas más limpio que las gasolinas.

Esa autonomía para América del Norte, porque el shale gas es abundante en Canadá y México también, tiene otras ventajas geopolíticas importantes. Europa, por ejemplo, dejaría de vivir bajo la amenaza rusa de cortarles el suministro de gas a la más mínima provocación. No será lo mismo un barco que un ducto, pero podrían obtener el recurso.

Lo que tenemos garantizado es que mientras dure esta guerra seguirán muy bajos los precios de los hidrocarburos. Quizá al final, los productores que hoy se empeñan en mantener un alto bombeo de petróleo sucumban ante la realidad del cambio y busquen el equilibrio entre las nuevas formas de energía.