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La semana pasada, el Banco de México (Banxico) tomó por total sorpresa al mercado, con su decisión de incrementar la tasa de interés de referencia en medio punto, ubicándola en 3.75 por ciento. Basta decir que ni en el comunicado de la reunión de política monetaria del 4 de febrero, ni en las minutas de dicha reunión, había señales de una posible alza en la reunión de política monetaria de marzo, y ni hablar de una posible reunión extraordinaria de política monetaria, a tan sólo 13 días de la última reunión programada.

A pesar del reciente repunte en la inflación, la decisión del Banxico busca que las tasas de interés reales de corto plazo se mantengan en terreno positivo (es decir, que la tasa de interés nominal será mayor a la inflación). Claramente, la decisión del Banxico denota una preocupación creciente por la debilidad del peso mexicano ante el dólar y por el riesgo de presiones inflacionarias e inestabilidad.

Para un banco central cuyo mandato único es procurar la estabilidad de precios, la decisión de restringir la política monetaria para contener la caída libre del peso frente al dólar es sin duda un movimiento lógico, e inclusive necesario. Aunque el Banxico no tiene el pleno empleo como parte de su mandato, la ausencia de presiones inflacionarias por el lado de la demanda, la debilidad del crecimiento económico y un contexto internacional de tasas bajas durante los últimos años, habían dado espacio al Banxico para mantener una política económica contracíclica.

Sin embargo, desde entonces habíamos expresado que la relajación de la política monetaria difícilmente tendría un impacto directo en la actividad económica de nuestro país. En esta ocasión, tampoco creemos que el alza en tasas represente una restricción al crecimiento económico.

En la teoría, el mecanismo de transmisión de la política monetaria a la actividad económica es principalmente mediante el impacto de las tasas de interés en la disponibilidad y costos del crédito.

En principio, un alza en la tasa de interés de referencia resulta en un mayor costo del dinero y un menor incentivo a los bancos a prestar, ya que la alternativa de dejar el dinero invertido en papeles gubernamentales se vuelve más atractiva. Asimismo, el mayor costo del dinero desincentiva la demanda de crédito por parte de los agentes económicos.

En el caso de países con instituciones bancarias sanas y donde la mayoría de la población tiene acceso al crédito, la teoría es parecida a la realidad. En esos casos, los aumentos en la tasa de referencia de los bancos centrales normalmente se traducen en mayores tasas de interés en los préstamos hipotecarios, al consumo, empresariales y corporativos. Esto detona un ciclo de restricción en el consumo e inversión que ayuda a prevenir un sobrecalentamiento de la economía.

Sin embargo, la eficacia de la política monetaria como herramienta directa de restricción o estímulo sobre la actividad económica puede verse muy disminuida en países con una baja penetración financiera como sucede en México. A pesar de que el sistema bancario en el país se encuentra bien capitalizado, no esperamos un cambio tangible o inmediato en el costo y sobre todo, en la disponibilidad del crédito a las personas físicas y a la pequeña y mediana empresa.

Aunque el gobierno y los grandes corporativos con créditos a tasa variable sí tendrán un incremento en sus costos financieros, a raíz del alza en la tasa de fondeo, el hecho de que las tasas de largo plazo en el mercado no hayan sufrido un incremento importante significa que el aumento en las tasas que se cobran en los créditos a la mayor parte del sector privado no será significativo. De tal manera, se antoja poco probable que la decisión del Banxico realmente restrinja la actividad económica.