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Algunas de las muletillas que, durante meses, nos han permitido sobrellevar la inestabilidad de los mercados empiezan a cuestionarse.

Aquella de la resistencia de la inflación y el no traspaso del efecto de la depreciación del peso frente al dólar a los precios se ha topado de frente con la colusión de precios de los tortilleros, que argumentan el impacto del dólar en el precio del kilo del alimento.

Y también empieza a ser cuestionable aquello de que no hay nada personal en contra del peso mexicano, que simplemente somos pasajeros de una turbulencia global en la que todo aquél con mote de emergente tiene que pagar las consecuencias.

Y más allá de las múltiples opiniones de cómo manejar las finanzas públicas del país, están las simples matemáticas.

Para muchos capitales, su permanencia en México no es un asunto de buena voluntad o incluso de desconfianza en la economía local o en sus autoridades, es un tema de rendimientos.

Si un inversionista entró con sus dólares al mercado denominado en pesos, con una paridad de 15 por uno, y ahora quisiera recuperar sus billetes verdes, le van a costar más de 19 por uno. Una diferencia que la tasa de rendimiento de los instrumentos mexicanos no justifica.

Y no son anecdóticos los capitales extranjeros en los mercados mexicanos de deuda y de renta variable. Estamos hablando de más de 100,000 millones de dólares en los que casi 7 de cada 10 dólares están invertidos en instrumentos emitidos por el gobierno.

Entonces, si muchos de estos instrumentos tienen tasas de rendimiento en promedio de 7% anual en pesos y esa moneda se ha depreciado en 45 días 10%, ya no salen las cuentas. Esto llama a tener que decidir sobre el futuro de esas inversiones.

En un mercado abierto como éste, no hay impedimentos ni barreras de salida para esos capitales. Si quisieran hoy mismo salir, deberían tener a su disposición los dólares para hacerlo. Pero habría que ver qué pasa con el peso si esos recursos tienen deseos de moverse.

Lo mejor es convencerlos de que se queden y no es con palabras bonitas, sino con las matemáticas del rendimiento adecuado.

En el mundo se habla de medidas extraordinarias de política monetaria para apuntalar la crujiente estructura financiera global. Por ejemplo, la más reciente especulación en Europa es que el banco central de la región empezará la compra de papeles de alto riesgo de los bancos europeos para respaldar a ese sector clave de esa economía comunitaria.

A las medidas globales que se puedan tomar desde los verdaderos centros de poder financiero del mundo, hay que sumar las decisiones locales que apuntalen a cada mercado.

Qué bueno que esta semana llegue el plan de ajuste del gasto público; si es de verdad un ajuste, puede contribuir a aumentar la confianza en esta economía.

Pero lo que urge es equilibrar las sumas y las restas entre devaluación y rendimiento. Si la tasa de interés no cuadra con el nivel de depreciación del peso frente al dólar y no se puede mover la paridad al gusto de la autoridad monetaria, entonces lo que se tiene que ajustar es el rendimiento.

No habría nada de preventivo en subir la tasa de interés, más bien ante esta realidad de flujos de los capitales externos, que ya se ven en los mercados financieros mexicanos, se trata de movimientos correctivos y con ya cierta urgencia.