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Tuve el gusto de conocerlo el mero día que cumplió 15 años de casado con Rosalía Julián. Era yo el guionista de Ensalada de locos, programa en el que trabajaba su hermano Manuel, el Loco, que fue quien me llevó a la fiesta y me lo presentó. Desde el saludo sentí que estaba yo frente a un ser humano cuya calidez y calidad rebasaba la de un gremio donde los conceptos “cariño”, “mi amor”, “querido amigo” y “mi hermano”, a fuerza de usarse falsamente, se desgastaron, ya no dicen nada.

Hoy ocupa mi columna y la honra don Germán Valdés Castillo, conocido artísticamente como Tin Tan, un ser de luz, un hombre bueno y un artista formidable que el próximo sábado cumplirá 100 años haber nacido en el Distrito Federal, frente a la Alameda Central.

El personaje al que le rindo un homenaje, sencillo pero sentido, en esta columna es para muchos —entre los que el redactor de estas líneas levanta la mano— el mejor cómico del cine y la escena nacional, el más completo por sus facetas musicales que incluyen el baile y el canto.

Si algún defecto se le pudiera achacar a don Germán sería el de su pésima administración. En sus años de mayor actividad llegó a hacer hasta ocho películas en un año, además de presentaciones personales en teatro y cabaret. No obstante el dineral que ganó, cuando murió no fueron muchas las cosas materiales que dejó. En cuestión de dinero su lema fue: “El dinero es redondo para que ruede y tiene águila para que vuele”.

Trabajó casi hasta sus últimos días. En los años 1971 y 1972, que fueron los años en los que lo traté y comprobé su bonhomía, don de gentes y, sobre todo, su ausencia total de envidia y amargura, hacía actuaciones especiales en unas películas que protagonizaron Héctor Lechuga y Alejandro Suárez, a lo que yo lo acompañaba a los rodajes, lo que me permitió platicar, largos ratos, con Tin Tan.

A través de las pláticas que sostuve con él, pude percibir su teoría sobre la manera de vivir feliz: adaptarse al tiempo y a las circunstancias, no aferrarse a la idea de seguir siendo el mismo y vivir agradecido y satisfecho por lo logrado. Don Germán amaba la naturaleza, recuerdo una vez que se filmaba en el jardín de un hotel: en un corte se quedó admirando una flor; me hizo un comentario sobre la belleza de los colores y la perfección de algo que, tal vez, para otros pasaría desapercibido por simple, y que para el era una bendición de la naturaleza.

Quiero transcribir una opinión de Carlos Monsiváis —otro grande que se fue— sobre Germán Valdés, Tin Tan. “Tin Tan es el primer gran ejemplo del ‘habla indocumentada’, por así decirlo, que se prodiga con determinismo idiomático y enriquece, a fin de cuentas, el español de México. Sobre todo en sus primeras películas (…) Tin Tan es gloriosamente impúdico y aprovecha todas las voces para construir su caló esencial (…) Los ajustes idiomáticos de la frontera norte, las invenciones de los barrios mexicanos y su estilo ‘tírili’ de la onomatopeya derivada del swing, tírili lirí lirí, lirí, lirá y el propio jazzeo idiomático del cómico convierte cada una de sus intervenciones en un disparadero de ocurrencias y neologismos”.

Ayer hablé con su hermano Antonio (86 años) y en perfectas condiciones al igual que su hermano, mi tocayo don Manuel, el Loco (84), me platicó varias anécdotas, de las que contaré dos.

Don Germán, en su esplendor artístico, le pide al Brillo —el bolero de los estudios San Ángel Inn— que le boleé los zapatos. Mientras lo hace, el bolero le platica que le robaron su torta. En eso llegan a los estudios don Gregorio Walerstein, magnate de la industria, acompañado de Fernando de Fuentes, eminencia de la cinematografía nacional, y don Agustín Martínez Solares, director de la mayoría de las películas de Germán, ellos le hacen escolta al licenciado Ernesto P. Uruchurtu, regente de la ciudad. Le piden a Germán que venga a saludar al funcionario. Tin Tan les dice que lo esperen, le pide a Brillo que siga boleándole los zapatos y contándole quién le pudo robar la torta. Al terminar la boleada, le da 50 pesos al Brillo, “pa’que te compres dos tortugas carnal”, y hasta entonces va a saludar a tan distinguidas personalidades.

La otra anécdota que quiero consignar está envuelta de misterio. Cuando el médico le dio tres meses de vida a don Germán. Su hermano don Ramón —otro que se adelantó— y Antonio, al que todos le decimos el Ratón, rentaron una casa en Zihuatanejo para que su hermano pasara el final de su vida en contacto con la naturaleza que tanto disfrutaba. Una tarde, dice Antonio, en la que no había viento, Germán dormitaba acostado en una hamaca. La hamaca comenzó a mecerse cada vez con mayor velocidad ante el asombro de los hermanos. Don Ramón le dijo al Ratón: “Detenla, detenla”. Sin embargo, cuando Antonio intentó parar la hamaca, una fuerza extraña lo empujo y cayó el suelo. Poco a poco la hamaca se aquietó. Germán no percibió nada porque estaba dormido. Todavía Antonio se pregunta: “¿Qué fue eso?” Reflexiona y dice: “Yo creo que con eso la naturaleza se quiso despedir de él”.

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