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En una granja, había un gallinero habitado por gallinas muy ponedoras. La naturaleza las dotó de variados huevos de gran riqueza. Quiso la fortuna que una de las gallinitas pusiera huevos de oro de gran valor.

Recién había terminado una lluvia de sangre en la granja y los nuevos encargados-jefes, dedicados a empezar a manejarse en santa paz, apenas se ocupaban de la gallina no obstante que sus huevos eran altamente codiciados por las empresas hueveras de los alrededores y más allá; quienes, voraces, compraron la voluntad de los encargados-jefes y con el pretexto de ayudarlos, con sus conocimientos e implementos, a hacer más rendidores los huevos, se convirtieron en madrotas de la gallinita.

Hasta que un honorable hijo de la granja; encargado-jefe, decretó que la gallina y sus anhelados y dorados huevos eran propiedad del lugar y de sus habitantes. Entonces, quedó prohibida la trata y explotación de la gallina por las hueveras-madrotas internacionales. El asunto prosperó porque en la granja vecina había un granjero en jefe un poco más decente que los que lo habían precedido; moderado en comparación con los que lo sucedieron; un santo parangonado con el que desde mañana va alborotar los gallineros propios y ajenos.

Asimismo, en el entorno internacional, importantes granjas se preparaban para una confrontación en la que se necesitarían muchos huevos y si eran de oro mejor. El hábitat de la gallina que protagoniza esta fábula tenía –tiene- una posición geográfica que, en ese momento, infundió respeto entre los beligerantes. También habrá que reconocer que el granjero-jefe que se atrevió a tal gesta amaba su territorio y tenía bien puestos los pantalones.

Sexenio a sexenio –la medida de tiempo imperante en este surrealista territorio-, la gallina no paró de poner huevos de oro. La venta de ellos se convirtió en el ingreso económico principal de la granja; en el aval para que ésta se endeudara; y en el botín de burócratas y gavilanes polleros sindicales, auténticos depredadores.

A pesar de lo anterior, la Bienaventurada Gallina de los Huevos de Oro, se volvió inmarcesible. Aquel que insinuara un método mejor de comercialización o una forma más eficiente de explotación de los huevos era considerado delincuente de lesa granja. Se le hacía ver que la Sagrada Gallina estaba administrada por la Organización Los Pinos SA de CDV., la empresa más ineficiente del mundo.

En una ocasión se les dijo a los habitantes de la granja que a consecuencia de que la gallina pasaba por un gran momento se preparan para administrar la abundancia. Resultó un espejismo. Nos quedamos sin fichas -dijo el devaluado encargado.

Superado el bache, la gallina siguió poniendo y la granja endeudándose. La burocracia y, sobre todo, los gavilanes polleros sindicales continuaron con su labor depredadora. Un encargado-jefe-emperador, ejerció una acción punitiva contra un sindicalista no por desplumar a la gallinita sino por rencillas personales. El gavilán pollero que sustituyó al defenestrado, merced a los huevos de oro –propiedad pública- pudo satisfacer su avidez de lujos personales y su ambición de riquezas familiares.

La granja le fue encargada a un lenguaraz ranchero que prometió acabar con toda la fauna predadora. Pronto, cambió de opinión. A los saqueadores de costumbre se unieron sus entenados que le sacaron raja a la gallina que durante este sexenio no paró de poner huevos que volvieron a cotizarse a buen precio. Bien a bien, nunca se supo qué fin tuvo la bonanza económica.

Un chaparrito, pelón de lentes, llegó a la dirigencia imperial de la granja. Entre trago y trago alucinó a la gallina poniendo su tesoro en el fondo del mar. Sugirió construir una planta procesadora de huevo dorado que, sin duda, se necesitaba porque los huevos de la gallina se vendían crudos, se recompraban procesados y se les vendían subsidiados a los habitantes de la granja. Absurdamente, se puso a competir a dos territorios para ver en dónde se construiría la planta. En la operación se hicieron negocios con la adquisición de tierras. Del proyecto sólo quedo una barda perimetral que no sirvió para nada. Se gastaron 620 millones de dólares.

Regresaron los que se consideraron sucesores del honorable jefe que rescató a la gallina de las manos extrañas. Eso funcionó hace tres cuartos de siglo –razonaron modernamente. Una reforma para que los huevos de la gallina y sus derivados pudieran ser explotados y comercializados por particulares nacionales y extranjeros fue aprobada. Prometieron que eso bajaría el precio de los huevos áureos y sus derivados. Meses después subieron los precios lo que causó el enojo de los habitantes del lugar. El encargado-jefe declaró: “la gallina de los huevos de oro se secó”.

Moraleja: Si hablas mal del camello nadie te lo va a comprar.

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