Elecciones 2024
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Por más entrevistas que conceda, hay una secuencia de preguntas que el gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre, no logrará responder:

*¿No estaba enterado de lo que pasaba en la zona de Iguala?

* Si no lo estaba, ¿qué entiende por gobernar un estado?

* Si lo estaba, ¿por qué no desactivó una situación inaceptable que podía explotar, como lo hizo la noche del 26 de septiembre?

La respuesta tiene un nombre: negligencia. O irresponsabilidad, si se prefiere. Aguirre, como otros gobernadores, asume que hay grupos criminales que es mejor no enfrentar. Aplica el criterio complaciente de no golpear el panal para que las avispas no salgan furiosas. Y confía en la suerte. Solo que esta vez la tiranía de la contingencia le jugó una muy fea.

Los hechos y la secuela del 26 de septiembre colmaron la paciencia del gobierno del presidente Peña Nieto. Todo es inaceptable: las policías penetradas, los funcionarios al servicio de los criminales, los desaparecidos, las mentiras y explicaciones absurdas.

Sobre el escritorio del Presidente se colocaron opciones severas para imponer el orden en el norte de Guerrero. Eso implicaba marginar al gobernador Aguirre. Pero ayer, el Presidente le perdonó la vida y le ofreció el modelo Calderón: aquí tienes a las fuerzas federales para que te rescaten.

Quizá sea lo más inteligente y funcione. Y quizá Aguirre se salve, levante la cara e incluso se proclame triunfador. Sin meter las manos, sin arriesgar nada.

Algunos lo llaman habilidad política. Yo lo llamo perversidad