Elecciones 2024
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Con la paciencia de un narco cavando un túnel con rudimentarios instrumentos para escapar de la prisión, con la persistencia del padre de un estudiante de Ayotzinapa que se obstina en saber dónde está y qué fue de su hijo, llevo más de dos semanas tratando de explicar, de una manera somera, sólo basada en la poca literatura que tengo al respecto y en mis exiguos conocimientos y limitada experiencia, las sucesiones sexenales del Partido Revolucionario Institucional, desde que se llama así.

La serie en la que estoy inmerso nació a raíz de los cambios en el Gabinete de Enrique Peña Nieto, que propició una ampliación en la lista de sus posibles sucesores.

En la entrega anterior expresé que al terminar su sexenio López Portillo se encontraba desprestigiado, pero con una casa en Acapulco —regalo del Sindicato Petrolero— y una fabulosa residencia llamada La Colina del Perro para cuya terminación recurrió a un préstamo del siempre generoso profesor Carlos Hank González. Préstamo que, por cierto, ignoramos si se lo pagó o ambos personajes se fueron a la tumba con una deuda que saldar en el más allá.

López Portillo, como dice en uno de los dos tomos de Mis Tiempos, dos gruesos libros muy recomendables para cargarlos y con ellos hacer ejercicio todas las mañanas,nombró a Miguel de la Madrid, su secretario de Programación y Presupuesto, como su sucesor. En esa secretaría José Ramón López Portillo —orgullo del nepotismo paterno— fue subsecretario y Rosa Luz Alegría —novia del preciso— ocupó una subsecretaría en la misma dependencia a cargo de De la Madrid, de la cual pasó a ser ministra de Turismo, siendo la primera mujer secretaria de Estado en la historia de México. Todo ello en un abrir y cerrar de ojos, o en un abrir y cerrar de piernas.

Hay que agradecerle a De la Madrid el hecho de darle un nuevo formato a su sucesión nombrando a seis distinguidos priístas, posibles sucesores, mediante el método de hacer una delante de las bases partidistas del PRI para que con este pretendido e incipiente ejercicio democrático fueran éstas (las bases) las que eligieran por quién inclinar la balanza de la candidatura. Los seis distinguidos priístas fueron: Manuel Bartlett secretario de Gobernación; Carlos Salinas de Gortari, subsecretario de Programación y Presupuesto; Ramón Aguirre, regente de la Ciudad de México y el cantante favorito de don Miguel con su éxito “Motivos”; Sergio García Ramírez, procurador general de la República; Miguel González Avelar, secretario de Educación, y Alfredo del Mazo, secretario de Energía, Minas e Industria Paraestatal y —según un día dijo De la Madrid— el hermano que le gustaría haber tenido. Cuando se frustró su candidatura, el humorista Marco Antonio Flota escribió que “era el hermano que le hubiera visto tendido”.

El desfile de candidatos para que los calibraran las bases fue una de las muchas simulaciones que se viven en México. Como dijo Abel Quezada: “El PRI no tiene bases. Los miembros del PRI están todos en la cúpula y, en la cúpula de la cúpula, el presidente de la República. Las bases serían el pueblo, los espontáneos, los entusiastas, los idealistas que creen en la ideología del PRI, pero: ¡Oh, dolor! De ésos no hay, pues tampoco hay ideología. No hay bases porque no hay ideología, y ¿para qué se quiere ideología si no hay bases? Además, al candidato tampoco lo nombra la cúpula sino la cúpula de la cúpula. Luego la cúpula aplaude (para seguir siendo cúpula)”.

Desde la secretaría de Programación y Presupuesto se decía que la eminencia gris de don Miguel (de lo más gris lo apodó la sociedad) era un joven alopécico y orejón llamado Carlos Salinas de Gortari. Sobre él se posó el dedo del Señor, no sin suceder dos cosas inéditas: la salida masiva del PRI de la corriente democrática entre cuyos miembros se encontraban: el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, González Guevara, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Navarrete, por citar a los más conspicuos. También los delmazacistas trataron de frustrar el destape de Salinas adelantándose a la nominación. Pretendieron dar un madruguete en la persona de García Ramírez: una estación de radio dio la noticia de que su nombre era el ungido. Contingentes de “fuerzas vivas” acarreadas se presentaron en la calle de la casa del Procurador, quien no se fue con la finta, ya que cuando la cúpula de la cúpula pronuncia “las palabras mayores” no lo hace sin hablar antes con el directamente interesado.

Otro detalle sucedido en esta elección fue la caída del sistema de computación de votos que impidió el indudable triunfo del ingeniero Cárdenas y que, pese al odio que se profesaban Bartlett y Salinas, éste último tuvo que pagarle el favor a su contrincante con la secretaría de Educación Pública y luego la gubernatura de Puebla.

Salinas trató de lograr la legitimidad que no logró en las urnas con golpes políticos como deshacerse del líder magisterial que se había nombrado presidente vitalicio del movimiento magisterial Vanguardia y con la aprehensión y Joaquín Galicia La Quina, a quien metió en la cárcel acusado de acopio de armas que le sembraron y de asesinato de un señor cuyo cadáver trajeron de Ciudad Juárez.

Algunos se fueron con la finta y a raíz de estas acciones se decía que el presidente Salinas tenía más grandes los huevos que las orejas.