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El número de deportados mexicanos de Estados Unidos ha ido disminuyendo. Entre 2010 y 2015 se redujo en casi 44 por ciento. En 2010 fueron deportados 470 mil mexicanos y 204 mil en 2016.

El número de deportados centroamericanos desde México hizo el camino contrario. Aumentó 26 por ciento en esos mismos años. Las autoridades migratorias mexicanas deportaron casi 63 mil centroamericanos en el año 2010 y casi 118 mil en el año 2015 (http://bit.ly/2kIbF6E).

Según el Instituto Nacional de Migración, en el año 2016 hubo poco más de 143 mil centroamericanos deportados (http://bit.ly/2l7qm52).

La cifra de deportados centroamericanos por México se disparó a raíz de la crisis de julio de 2014, cuando miles de niños cruzaron la frontera con Estados Unidos sin sus padres.

Eunice Rendón y Jorge G. Castañeda hacen la radiografía de este momento y sus consecuencias en un ensayo que aparecerá en la revista Nexos de marzo: “A ver, depórtame”.

La colaboración activa del gobierno mexicano en la deportación de centroamericanos limita sus posibilidades de queja por las deportaciones  estadunidenses de mexicanos.

En materia de deportaciones, México práctica en su territorio lo mismo que tendría que reprochar a su vecino del norte. Se estaría mordiendo la cola y no lo reprocha.

Entonces, el fenómeno de la violencia institucional contra estos cientos de miles de personas sigue ahí, sin que levantemos cabalmente la voz en foros multilaterales y en organizaciones de derechos humanos para poner una mirada crítica y exigente sobre el problema.

Una familia separada por la aplicación hostil de leyes migratorias, es una tragedia. Millones de familias separadas por el mismo motivo, tiene los rangos de una crisis humanitaria.

Para poder defender a sus migrantes, México tiene que zafarse de dos amarras:

Primero, debe denunciar la inhumanidad de la política migratoria estadunidense aunque no tenga derecho ni potestad para cambiarla.

Segundo, debe suspender en su propio territorio la práctica de deportaciones que denuncia en otro.

Se dirá que es un cambio mayúsculo en nuestros usos y costumbres migratorias. Sí, tan mayúsculo como el que impone ya el presidente Trump sobre nuestra vecindad.

Tan mayúsculo que, a partir de los criterios de deportación anunciados ayer por el Homeland Security, centroamericanos y mexicanos quedan de hecho en la misma bolsa.

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