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¿Habría razones para preocuparse cuando el déficit de las finanzas públicas alcanza 3.5%; la deuda como proporción del Producto Interno Bruto (PIB) está ya en 45.7%; los ingresos del petróleo se han derrumbado y el gobierno asegura que no hará una reforma fiscal?

La Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) afirma que no, que todo está bajo control. Pero la verdad es que estos tiempos de inversionistas tan quisquillosos no son los más propicios para ponerse tan laxos con el manejo de las finanzas nacionales.

México es uno de esos pocos países emergentes que hoy es visto con la confianza de que podrá resistir mucho mejor estos tiempos complicados de vuelo hacia la calidad, con todo y la turbulencia que esto conlleva.

Pero México es hoy el tuerto en el país de los ciegos, es el que parece estar menos mal en medio de un castigo generalizado a las economías emergentes. Hoy, por ejemplo, los alguna vez codiciados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) quisieran tener la preparación financiera que tiene nuestro país.

La economía mexicana acusa recibo de desaceleración en su sector industrial, pero el mercado interno empieza a tener un despegue que, por lo menos, permitió tener un crecimiento de 2.5% el año pasado.

El gobierno federal hace muy bien en pavonearse con sus reformas estructurales. México es más competitivo y atractivo que hace tres años, no hay duda. Pero no es momento de dormirse en sus laureles.

Insistir en que el déficit fiscal de este país tiene que medirse sin tomar en cuenta los requerimientos financieros de Pemex y la CFE es un contrasentido, justo cuando el gobierno federal ha iniciado un proceso de rescate de la empresa petrolera estatal.

El resultado de las finanzas públicas al cierre del 2015 enciende sin duda un foco amarillo de atención al tema.

No porque no haya la capacidad de financiar los desequilibrios, porque una expectativa de crecimiento superior a 2.5%, con una reducción del gasto público y el acceso a los mercados de financiamiento externo anticipan sobrellevar el creciente déficit.

El problema viene en adelante, en la imposibilidad de poder compensar los ingresos petroleros durante los próximos dos años, por la falta de coberturas petroleras, por el aumento en las tasas de interés que viene, por la misma depreciación del peso y por el candado que solito se puso el gobierno federal para no hacer la necesaria reforma fiscal que compense los ingresos.

Un déficit de 3.5% del PIB difícilmente puede escapar de llamar la atención de las firmas calificadoras, que desde la gran recesión aprendieron a ser más quisquillosas con sus recomendaciones.

Uno de nuestros grandes activos intangibles, que han permitido a este país ser destacado entre los emergentes, es precisamente tener una calificación crediticia dentro de los niveles de recomendación.

No hay que acercarnos, ni de broma, a la orilla del barranco donde están las calificaciones de papel basura que hoy padece, por ejemplo, Brasil.

El círculo vicioso que provoca una mala recomendación puede tardar años en eliminarse. Es odioso el papel de las firmas de análisis financiero, pero con las calificaciones de la deuda mexicana no se juega.

México tuvo durante algún tiempo la responsabilidad hacendaria elevada al rango de ley. Hoy se ha manoseado la letra que la rige.

Como sea, estamos muy a tiempo de mandar las señales correctas de disciplina fiscal para no alterar los casi 20 años de tranquilidad financiera de la que hemos gozado.