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La economía es mucho más que números. Son seres humanos tomando decisiones afectadas por el estado de ánimo, por las percepciones, en donde los indicadores son sólo una parte de ese proceso de disponer.

La percepción externa sobre la salud de la economía mexicana se ha visto seriamente afectada por el deterioro de las cuentas públicas, pero sobre todo por la condición de Petróleos Mexicanos (Pemex) y otras entidades públicas como la Comisión Federal de Electricidad (CFE), que comprometen más las finanzas públicas.

Y si bien la salud financiera de Pemex, de CFE y de las propias finanzas públicas es un asunto serio, tampoco debe ser motivo de alarma. Sin embargo, en estos tiempos de turbulencia en que hay señales de vuelo a la calidad, hay un castigo más marcado para México por esa percepción.

Pemex es viable. Con las correcciones al gasto los desequilibrios en las cuentas públicas son manejables; los enormes pasivos de las empresas públicas son postergables y al final, la economía sigue creciendo.

No es el escenario ideal, pero al final tampoco se trata de la antesala de una inminente crisis económica como las que conocimos hasta finales del siglo pasado. Pero lo que cuenta es como se percibe la situación entre los que toman decisiones.

Parece increíble, pero hay capitales que están saliendo de México, que están vendiendo sus pesos mexicanos para comprar reales brasileños. Parece un mal chiste, pero hoy empieza a ser más atractivo invertir en aquel país que en el nuestro.

No hay racionalidad en la determinación de invertir en un país en recesión y con un panorama económico fatal, como Brasil. En una nación que enfrenta una crisis política que le ha costado la presidencia a la mandataria electa en las urnas, numerosos escándalos de corrupción y que tiene una inflación alta.

México, por el contrario, tiene un crecimiento bajo pero sostenido, una inflación muy baja, altas reservas internacionales, un socio comercial que tiene una expectativa de mejorar su desempeño. Vamos, a todas luces es una mejor fotografía.

Pero lo que ven los analistas son los rendimientos y las perspectivas. Hoy Brasil paga una tasa de interés de 14% y México, de menos de 4 por ciento.

Para Brasil, lo que ven que viene es para arriba. Y si hay una fiesta en la que quieren estar los capitales es en aquella donde se tocó fondo y se consiguió un boleto de entrada con un enorme premio para las inversiones.

México, mientras tanto, tiene tasas de interés aptas para un país ejemplar y no lo somos por ahora. Lo que debe venir es un proceso de corrección de las finanzas públicas y hay la posibilidad de que la economía mexicana caiga.

Brasil está en proceso de recomposición, buscan recuperar su atractivo y para ello están pagando un precio muy alto que hoy cobran los que venden sus pesos para comprar los reales. Van a ganar en el río revuelto de un país en crisis.

México vive de la ya vieja gloria de haber aprobado las reformas estructurales que han tenido una implementación lenta por la coyuntura externa. Las finanzas se han descompuesto y la corrección que se promete es gradual.

Brasil tiene un alto riesgo y por lo tanto, un alto rendimiento. México tiene una percepción de riesgo incrementada y no hay correspondencia con el premio que se obtiene por invertir aquí.